ASÍ NACIÓ EL ODIO
Dicen que hace muchos, pero muchos, muchísimos años, en un gran palacio existía un rey muy pero muy bueno, que tenía un reino muy pequeño que era la envidia de todos los demás reinos que había en el mundo. Este rey se llamaba Juan Pablo. Su pueblo tenía características propias y únicas. Allí todo era amor, dulzura, cariño, entrega, servicio y esperanza. Todo era positivo y hacia muy feliz a todo el pueblo, que vivía muy bien, sin tener que depender de nadie, ya que todos se ayudaban y buscaban incansablemente salir adelante. Era como si no existieran dificultades, como si nada pudiera romper con la armonía de ese pueblo.
El rey estaba siempre pendiente de todos sus súbditos y de sus necesidades, de que nada les faltara ni nada destruyera dentro de sus dominios esa paz que reinaba en todo el pueblo.
A fin de proteger a su pueblo, el rey prohibía a todo extranjero el ingreso de armas y de todos aquellos objetos que pudieran perturbar la paz, tranquilidad y seguridad de sus súbditos y de sus dominios.
Juan Pablo estaba casado con una mujer excepcional a la que todos amaban y adoraban. Siempre ella estaba pendiente de todo. Tenía una risa contagiosa y nunca por ninguna razón o circunstancia mostraba tristeza, desánimo o dolor; siempre enseñaba a todos que se debía vivir contento y feliz. Esta pareja de reyes tenía un hijo varón de veinte años, un muchacho muy apuesto, muy bueno, responsable, cariñoso y muy pero muy valiente, capaz de jugarse por los demás.
Cierto día, en uno de los reinos vecinos, se juntaron varios monarcas a compartir y deliberar sobre varios asuntos, pero no quisieron invitar a Juan Pablo, porque él siempre les daba consejos y evitaba todo tipo de discusiones, tratando siempre de poner a su pueblo de ejemplo y modelo.
En esta reunión, dicen que uno de los reyes presentes dejó entrever la posibilidad de dar un escarmiento a Juan Pablo y a su pueblo, para demostrarle así que nada era como ellos pensaban y que la vida era muy distinta. Decidieron elegir a una princesa muy hermosa a fin de que conquistara al hijo de Juan Pablo y que poco a poco hiciera que éste se volviera en contra de su pueblo y de su padre.
La princesa llegó a los dominios de Juan Pablo y pidió verlo para entregar un mensaje al rey de parte de su padre. El soberano la recibió y la invitó a quedarse unos días con ellos y ella aceptó. Constantemente admiraba al pueblo, sus costumbres, su paz y su alegría. Y de esa manera, buscaba conquistar al príncipe, cosa que iba logrando poco a poco.
Dicen que pasó varias semanas con ellos y logró su objetivo primero, que era conquistar el corazón del príncipe. Ahora venía la segunda parte, la de lograr que el príncipe se volviera en contra de su padre y de su pueblo.
Pero resultó que la princesa se enamoró tanto del príncipe, que le resultaba muy difícil lograr este segundo propósito. Mientras tanto, los reyes vecinos enviaban mensajeros para averiguar cómo iba logrando la princesa su misión, pero siempre regresaban con el mismo mensaje “despacio, pero bien”.
Al cabo de un largo tiempo, la princesa fue invitada a casarse con el hijo de Juan Pablo y ella aceptó. Pero antes, decidió contar sobre su misión y lo que pensaban su padre y el resto de los reyes vecinos. Tanto el rey como el príncipe dijeron que eso no tenía sentido, que si uno tenía el alma limpia y amaba la vida no había nada que pudiera penetrar y lograr destruir la vida que ellos llevaban.
La princesa descubrió un nuevo sentimiento en su mente y en su corazón hacia su padre y hacia los demás reinos vecinos, que era el odio. Decidió que nunca más volvería a visitar esos reinos, ni a su padre, para que no arruinaran esa nueva vida que había descubierto y que la hacía muy feliz.
Dicen que la princesa fue muy feliz y que tuvo varios hijos a los que siempre les enseñó que el amor estaba por encima de cualquier otra cosa y que no fueran como ella, que había descubierto el odio por culpa de la envidia y de su padre.
Dicen que ese pueblo vivió muchos años felizmente, sin odios ni envidias. Pero después, muchos años después, los demás pueblos contaminaron al mundo y el odio muchas veces prevaleció en el mundo, tratando de destruir el amor. Pero esa lucha aún continúa y gracias a Dios, el amor prevalece.
Miguel Ángel
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