Había una vez un niño que se llamaba Marcos y estudiaba en un colegio religioso. Era un chico normal, ni muy estudioso ni muy desobediente. Le gustaba jugar mucho y trataba siempre de pasarla muy bien. Cierto día, la rectora del colegio cita a todos los padres curso de Marcos a una reunión.
El papá de Marcos no era muy religioso y esas reuniones le aburrían mucho. Sin embargo, en esta ocasión accede a ir porque tenía muchos motivos para hacerlo.
Al principio, pensó que lo citaban porque Marcos se había portado mal o porque no estudiaba, pero Marcos le dijo que no, que esa reunión la hacía cada tanto la rectora para hablar de diversos temas.
Van los padres a la reunión y la rectora los invita a todos los padres a compartir historias de vida que quisieran contar.
El padre de Marcos no hablaba mucho, no le gustaba hacerlo delante de los demás especialmente, pero ese día decidió que hablaría. Pidió la palabra y la rectora lo miró sorprendido porque siempre rehusaba compartir cualquier comentario, además sabía cuál era su forma de pensar y cómo veía a Dios y todo lo demás relacionado con la religión.
Comenzó el padre de Marcos diciendo que hace unos meses se sentía muy mal así que fue al médico y le explicó lo que le pasaba.
Él ya lo presentía porque era médico, pero aún así se sometió a un montón de exámenes hasta que le confirmaron que tenía cáncer y que viviría sólo tres meses.
Se lo contó a su esposa estando los dos solos y juntos trataron de asimilar lo que estaba pasando y empezar a organizar sus vidas. También de cómo hablar del tema con Marcos, pero el hombre no decidió nada, no sabía cómo podía decirle y cómo podía tomar la noticia así que iba postergando el momento de hablar con él y contarle lo que le estaba pasando.
Hace un mes, aproximadamente, estaba con su mujer en el comedor hablando tranquilos porque pensaban que su hijo no podía oírlos, pero resultó que Marcos estaba escondido y escuchó sus llantos. Entonces se acercó muy despacio y se puso en medio de ellos dos abrazándolos y allí él tuvo que contarle lo que le estaba pasando a su hijo, que sólo tenía seis años, por lo que se le hizo muy difícil.
El niño al parecer lo tomó muy bien y le decía a su padre que ya se iba a mejorar, que era el mejor médico y seguro podría curarse pronto.
Por la noche, después de cenar los tres juntos, la mamá acompaño a Marcos a dormir y entonces Marcos le pidió a sus papás que lo acompañaran a rezar. Y que este vez, como todas las noches, le rezaran al Ángel de la Guarda los tres juntos.
Su papá accedió, por no ver penar a su hijo.
Cuando estaban los tres en la cama de Marcos, éste sacó una medallita de la Virgen del Pilar, que le habían regalado en la escuela y empezó a decir:
"Dios mío, vos me querés mucho y como me querés me vas a ayudar. Mi papaito está muy enfermo y dice que pronto se va a ir junto a tí. Sabés que yo no quiero que se vaya porque qué va a ser de mi mamá y de mí solos, sin alguien que nos quiera como él nos quiere. Vos no podés hacernos esto, vos no podés llevar a papá pórque aún lo necesitamos, no vamos a poder vivir sin él. Por favor, Dios, ayudanos a seguir juntos, a que sigamos siendo felices. Prometo ser mejor alumno, portarme bien, no hacer renegar a mis papás, pero no te lo lleves por favor.
Mientras él rezaba, su mujer y él lloraban desconsoladamente.
A partir de esa noche todo cambió en su relación, trataban de compartir mucho más.
Una semana, el papá fue a a hacerse exámenes y cuando tuvo los resultados se enteró de que no existían vestigios de la enfermedad. No lo podía creer. Hace tres días se hizo estudios en otro lado y los resultados le confirmaron que no tenía ninguna enfermedad. No hay ningún rastgro de la misma.
El pequeño Marcos produjo con su fe, con su amor a su padre, un gran milagro del amor, su vida cambió en todos sentidos.
Miguel Ángel