viernes, 12 de febrero de 2010

No dejes que el viento nos arrastre





"No Dejes que el Viento nos Arrastre" es una humilde novela que estoy escribiendo.
Es la historia de Cheng (Cheny), nacida en Seúl (Corea del Sur) cuyos padres llegan a la Argentina a buscar un mejor futuro para la familia, pero la tragedia se hace presente y la niña queda huérfana.
Ernesto (Tomy), es un colombiano que llega a la Argentina con un amigo y el tío de éste. Sus padres, al igual que los de Cheng, han muerto.
Las circunstancias de la vida lo llevan a la calle y allí practica el arte de hacer malabares, oficio que -en parte- aprendió de su familia.
Él vende alfajores en una plaza y ella lee un libro cuando el amor los sorprende.
Ese amor adolescente, tierno e inocente, deja hondas huellas en sus vidas… que persisten aún en la distancia y a través del paso de los años.
Hay un sueño recurrente para Ernesto: querer besar a Cheng y que el viento se la lleve, la aparte de sus brazos.
Así están Paolo y Francesca en el segundo cerco (o círculo) del infierno que visita Dante. Fueron condenados por la lujuria. Paolo (o en algunas versiones Pablo) era el bello hermano de Giovanni y estaba casado. Fue a pedir la mano de Francesca (o en algunas versiones Francisca) para Giovanni, pero se enamoró de ella y se volvieron amantes. El padre de éste los mató. Su pena en el infierno (la ley del “contrapeso”) era ser arrastrados por el viento, mirarse y no poderse tocar: “Esos a quienes los vientos acometen/los pecadores son, torpes, carnales/que al apetito la razón someten/ Que como al estornino, a desiguales/vuelos obliga el tiempo no propicio, / así los lleva en surcos eternales”. Ver: Alighieri, Dante. Divina Comedia. 2004. Losada, Bs. As. Pp28.
Otros personajes buscan su felicidad a su alrededor: una acróbata que sabe leer las manos, un ingeniero civil que busca a una muchacha misteriosa que esconde un secreto cuya clave está en su nombre: Ana Karenina (personaje de León Tolstoi), una humilde muchacha de un barrio porteño que soporta a su iracundo padrastro y cuida de su vulnerable madre, un joven amante de la música que quiere dejar atrás los errores de su vida que lo llevaron a un reformatorio…
Mariana Valle
PD: Si querés leer más, hay que esperar a su impresión (publicación si se da el milagro). Les dejo un fragmentito de un capítulo de igual nombre, a manera de adelanto. ¡Espero que les guste!

Capítulo 27: No dejes que el viento nos arrastre


Tomy empezó a hablar:
“Tengo que decirte que… una chica me besó. Y me siento muy mal por eso. Pero tenés que confiar en mí, ese beso no hizo si no hacerme saber aún más cuanto te amo…”

María provenía de una familia circense. Es común que esta peculiar vocación artística se transmita de padres a hijos. Ella y su hermano comenzaron a practicar la acrobacia aérea con sogas desde que tenía 6 años, junto a sus padres.
Estar con un arnés en el cuerpo suspendida en el aire le daba infinita sensación de libertad, era semejante al vuelo.
Tenía tal destreza para este acto que cuando Tomy la veía hacerlo le parecía que era una mariposa: con ese enterizo lleno de colores brillantes…
Todo en ella era espontaneidad y sencillez. Tenía una risa cantarina, como las aves…
Era bastante pequeña de altura, muy flaquita y huidiza, como los gorriones.
Tenía la piel morena, los ojos marrones claros y una hermosa sonrisa. Se podría decir que su belleza era común, pero si se trataba con ella aparecía un aura especial. Algo que la hacía diferente del resto: esta chica volaba…
Desde que lo conoció a Tomy se hizo amiga de él y lo ayudó a incorporarse a la obra.
Era una idea de Helena que conjugaba el espectáculo circense con el teatro. En ese momento estaban haciendo Sueño de una noche de verano de William Shakespeare cuyo mundo fantástico se acoplaba muy bien a la idea original.
El día anterior, María probaba trucos sobre la cama elástica y lo invitó a Tomy. Ambos saltaban cuando él, inexperto, cayó sobre ella y ésta lo besó.
María no pensaba en las cosas, las hacía por impulso. Para ella el beso no significó nada más que una muestra de cariño hacia un amigo.
Tomy se sintió un poco perturbado esa noche, porque sentía que había hecho algo malo. Y pensó que lo mejor era contarle a Cheny.
Cuando se quedó dormido soñó que ella lo esperaba en la plaza. Él llegaba, le tomaba el rostro y le besaba dulcemente esos labios, suaves como las uvas…
Y de pronto se daba cuenta que ambos estaban suspendidos en el aire, como flotando… Y sus labios se apartaban de los de él: sus cuerpos se alejaban el uno del otro como arrastrados por el viento. Como si fuesen Paola Y Francesca, descriptos por el Dante …
Cuando se despertó era todavía de noche. Prendió la lucecita del velador y anotó en un papel todo el sueño, porque le pareció mágico y hermoso:
“No dejes que el viento nos arrastre: quiero seguir besándote hasta el amanecer…”, escribió.

Ella el día anterior, se peleó con su padre. Christopher tenía un gran corazón pero era muy severo con sus hijos, como lo habían criado a él. Quería para ellos lo mejor.
Miró el boletín de calificaciones de su hija con el ceño fruncido: “¿Un 6 en matemáticas? Has bajado mucho tu promedio, que siempre supo ser de 9… Ahora es de 8, 50…”.
“¿Nunca soy buena para vos?, ¿nunca es suficiente?”, le dijo y se marchó muy triste de la sala hacia su cuarto.
Como Christopher trabajaba mucho. Los cuatro reclamaban su atención y buscaban su aprobación constante. Sobre todo Mariano y ella, que habían sido adoptados de grandes y que tenían cierto temor a ser rechazados porque llevaban más a flor de piel las heridas de sus vidas: temían más al abandono.
Ella se esforzó desde el primer momento en que fue adoptada en agradar a su reciente “padre” con sus buenas notas. Él comentaba orgulloso ante los demás ese excelente desempeño.
En 5 años aprendió a la perfección un idioma nuevo: el español.
Sus padres se instalaron en la Argentina con su abuela paterna, desde que ella tenía 6 años. La economía de Corea del Sur no iba bien y desearon probar suerte en este país: apostaron todo sus ahorros: su futuro. Y les fue bastante bien hasta que llegó la desgracia.
Pusieron un mercadito de ropa en Once. La abuela, como era muy trabajadora y para ampliar los recursos de la familia, se empleó en la casa del señor Thompson como mucama, que en ese entonces estaba casada con una bella mujer de la que se divorció (después de adoptar a Lisi).
Un frío día de Julio entraron dos hombres a local. Cheny estaba con su maestra particular (tenía 8 años). Los señores Lee estaban solos. Los extraños sacaron un arma y los amenazaron. Les sacaron la llave del negocio y cerraron la puerta. Uno le pidió todo el dinero, mientras el otro revolvía entre las prendas de ropa y guardaba todo en un bolso.
El señor Lee, temeroso, intentó agarrar el teléfono debajo del mostrador. El ladrón que lo apuntaba tuvo el súbito pensamiento de que era un revolver lo que buscaba. Le disparó a él y a su esposa.
Cheny vivió dos años con su abuela, quien siguió trabajando en la mansión de los Thompson y vendió el local que le recordaba a la infamia y la tragedia.
Cheny la acompañaba muchas veces, cuando no estaba estudiando. Se portaba muy bien. El señor Thompson le tenía un gran cariño.
Dos años más tarde su abuela murió de una afección cardiaca, precipitada por la tristeza, seguramente.
Christopher no dudó en hacer todos los trámites de adopción (instando a su esposa a colaborar con esa empresa) para quedarse con esa hermosa nena: la primer “hija del corazón”. Después vino Lisi, unos meses más tarde. Y su mujer lo dejó criando dos hijas (y dos hijos que habrían de venir).

Cheny se acostó en su cuarto y hundió la cabeza en la almohada. Cuando estaba mal por algo, se culpaba de todo. Como si pudiese remediar las cosas con ello…
Tenía tanto miedo de perder el amor de su padre, de no ser lo buena hija que él se merecía…
Pensó en Tomy y abrazó la almohada aún mojada por sus lágrimas. “Quizá no soy demasiado buena para él tampoco… Quizá merece olvidarme y ser feliz con otra chica…”, se convenció a sí misma.

Cuando escucho lo del beso ratificó su decisión. “Lo nuestro no puede ser”, le dijo.
“Vos no vas a venir a la Argentina y yo no puedo ir allá…”.
“Las cosas andan más o menos con el espectáculo, pero voy a ahorrar dinero. Podés venir acá. La casa es grande. Hay que esperar, a que seamos más grandes… Sé que vamos a estar juntos…” dijo él muy firmemente.
“No”, dijo ella ya con la voz entrecortada: “Esto no puede ser”.
Él le recordó “Vos y yo sabemos que esto no va a terminar nunca…”, me lo dijiste antes de irme.
“Entonces tomémonos un tiempo. Pensemos. Tratemos de vivir nuestras vidas el uno sin el otro (ella lo decía, pero a la vez pensaba que era imposible. Porque todo a su alrededor estaba impregnado de él)…”
“¡No!”, exclamó él negándose a esa idea: “No dejes… que el viento nos arrastre…”
“Por favor”, dijo ella.
“Está bien” dijo él, que ni siquiera terminaba de comprender del todo, porque estaba sumido en una marea de angustia, temor… confusión.
Ella salió del locutorio con un nudo en la garganta. Las gotitas empezaban a mojar las veredas.
Las cuadras se le hicieron eternas bajo la lluvia y con su dolor.
Llegó a su casa, subió a su cuarto y lloró. Después suspiro, como sin necesitara darse un alivio…
Él fue a su pieza. Tomó el papel con el sueño escrito y lo rompió con bronca. Se acostó. Estaba profundamente enojado: contra todos, con él mismo, con ella, con el destino… Después eso se convirtió en pena y en nostalgia…

3 comentarios:

Alfredo dijo...

Esperamos con ansias que se pueda dar la publicación de tu novela. Lo que diste a conocer es muy lindo!! Adelante. El mundo se mueve por un acto de amor, del que los humanos, con nuestro modo de amar, somos sólo un pálido reflejo.

Eugenia dijo...

Muy linda novela, felicito a la autora!! Adelante! y éxitos en éste y en tus nuevos escritos

Anónimo dijo...

Buenisimo! Una gran historia de amor latinoamericana con el perfecto toque oriental! Saludos desde Venezuela!!!