jueves, 14 de enero de 2010

El día que mordió la manzana…

Estaba feliz y radiante ese día. La despertó el alba con los cálidos rayos del sol entibiándole el rostro. Se sintió plena, digna, poseedora de las más altas bellezas del mundo.
Antes de levantarse de su lecho, miró a su marido y le besó dulcemente los ojos.
Caminó por el sendero de hierba fresca, se mojó los pies en el arroyo. Su rostro reflejado en el agua le causó gracia. Tenía el cabello alborotado y una mancha de lodo sobre una mejilla.
Recogió provisiones para el frugal almuerzo de todos los días. Cuando se abría paso ente la exótica vegetación para llegar a morada, se topó con la serpiente, quien le ofreció las más grandes posesiones, cosas de las que ni ella tenía conocimiento, pero hacia las cuales se sintió atraída –tal vez- por el mágico hechizo de las palabras del animal…
Sintió el sentimiento más perturbador del mundo entero…
Cuando supo lo que había hecho, corrió desesperada, mientras las lágrimas le caían por el rostro… corrió a través del espacio y del tiempo, tal vez hacia la eternidad. Sintió malestar y sensación de irrealidad…
Una angustia punzante le atravesaba la garganta como una daga… pero corrió…
siguió corriendo…sigo corriendo y escucho el eco de su lamento, sigo buscando el paraíso perdido pero jamás olvidado; lo sigo buscando en los ojos brillantes del ser amado, en el cálido y sincero abrazo maternal, en el sol del otoño… por siempre, atravesando un sendero, compensando la horrible sensación que embargó a Eva el día que mordió la manzana…


Mariana Valle (hermana de Miguel)

1 comentario:

ALFREDO MORS dijo...

Le eterna angustia y a la vez el placer de la mujer. Amante y amada. MUY BUENO.