miércoles, 13 de enero de 2010

En aquél instante suspiraba con honda tristeza...

No habían dado las doce todavía y estaba ya con el estofado en el fuego y la mesa puesta...
Se hallaba impaciente, le transpiraban las manos... A lo lejos sonaba suavemente un tema de Roberto Carlos...
Tenía la mirada perdida y por entre sus ojos brillosos se le escapó una lágrima que rápidamente secó con su pañuelo, perfectamente almidonado, que sacó del bolsillo de su vestido marrón.
ya el reloj daba las doce y diez cuando se acercó a la puerta, como creyendo en ese gesto que haría que él volviese, pero nada...
A las trece y treinta llegaría, como siempre, con cara de "buenos amigos" a pedir que le sirviese la comida...
No se hablarían más que palabras circunstanciales, apenas sí se mirarían a los ojosy empezarían una vez más el fúnebre ritual del almuerzo "familiar".
a las catorce él ya se habría acostado mientras ella lavaba los platos...
A las dieciseis él se levantaría, tomaría su abrigo y saldría a trabajar...
A las veintidós volvería y ella de vuelta estaría con la mesa puesta...
A las veintitres él miraría el "programa de la hora" en el canal de aire, mientras ella leía una novela de amor y soñaba con recobrar la gracia de la juventud perdida.
Antes de irse a dormir, a las veintitrés y cuarenta y cinco am. -más o menos- ella daría vueltas en la cama y pensaría una vez más en sus anhelos frustrados de ser madre.
En aquél instante suspiraba con honda tristeza... Él tenía que llegar a las trece y treinta, pero no llegó...
Salió a visitar a su madre y se cruzó con la vecina del quinto piso, con la que hablaron de su pasado en común en el colegio Bernardo Houssay. Como otras veces, ella lo invitó a pasar a su casa y en esta ocasión él aceptó.
A las catorce el fuego había consumido casi toda la comida, cuando ella salió apresurada del baño, alertada por el olor a quemado.
Había mojado el piso recién encerado con el aceite que derramó , sin querer, al volcar la botella -como nunca antes- no guardada en sus sitio.
a las quince ya había lavado todos los platos y él no llegaba aún.
a las diecisiete, ella pensó en su novio de la secundaria: a quien había visto, con mucho agrado, hace unos días antes en el super. Buscó en su antigua agenda y guardó su número de teléfono.
A las veintidós él llegó y se disculpó con excusas por lo sucedido: Ella disimuló.
Antes de las doce ya estaban acostados y tenían una sonrisa en los labios, dibujando castillos de aire en el cielo, soñando despiertos...

Mariana Valle.

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