LLAMADAS EN LA LLUVIA
(Cuento)
Caía una fina llovizna en esa tarde gris de otoño. Amalia se encontraba sola, como tantas veces en el último tiempo, en su departamento en el que había vivido casi desde que tenía memoria.
Estaba en ese cuarto que le servía de lugar para encontrar el reposo en las lecturas, en las que buscaba y a veces encontraba, alguna punta al ovillo en que se había convertido su vida y que muchas veces la sumía en una profunda melancolía.
Sentía que, con sus 40 años, se encontraba en un particular momento de su vida, luego de haber concluido la relación que mantuvo con Esteban, casi desde que eran adolescentes, cuando lo había aceptado a él en ese que fue su despertar al amor.
Dejó junto al sillón el libro que estaba leyendo y comenzó a mirar hacia la ventana, cuyas cortinas se encontraban descorridas, dejando ver los cristales en los que se iban deslizando suavemente, pequeñas gotas de agua de la persistente llovizna.
La llovizna, la lluvia y ella con sus recuerdos, especialmente de aquella despedida que la separó de Rodolfo, Melancolía asociada desde aquel momento, a la particular atmósfera generada por la llovizna.
Suena el teléfono. No esperaba ningún llamado en particular, ya que había restringido sensiblemente sus relaciones, como si buscara en la tranquilidad de los rincones conocidos de su hogar, una cierta sensación de paz.
Atendió el llamado. _Hola, ¿quién habla?
Del otro lado solo se escucha algo como una respiración y un raro silencio.
Vuelve a preguntar: _ ¿Quien habla?
De nuevo silencio y un cortarse de la comunicación.
No entendía que podía ser ese extraño llamado. Pensó quizá en una broma de mal gusto o en alguien que esperaba una respuesta distinta. No podía imaginar quien, de los que tenían su número telefónico, podía estar actuando así.
Volvió junto a la ventana. Continuaba cayendo una fina llovizna. Miró hacia la calle, dos pisos más abajo. Muy pocas personas se divisaban a esa hora desapacible.
Una silueta con impermeable y paraguas, dejaba la cabina de teléfono público ubicada en la vereda de enfrente, casi llegando a la esquina.
Algo en su modo de caminar o en su porte le resultó vagamente familiar o al menos conocido, pero no podía ser. Sabía que él se había radicado en la Capital hacía de esto mucho tiempo, cuando comenzó a trabajar como ingeniero de planta en aquella industria y luego supo que se había casado.
En eso le pareció que la figura en cuestión, se daba vuelta y elevaba su mirada hacia su ventana. Fue un leve gesto velado a la distancia por la bruma de la llovizna.
¿Sería posible? ¿Después de tanto tiempo? Volvió a pensar en el llamado. ¿Sería él? Y entonces... ¿por qué no se dio a conocer?
Los recuerdos volvían en torbellino sin ser llamados. Aquella placita del barrio con juegos infantiles, el tobogán, los sube y baja pero por sobre todo, las hamacas. Aquellas en que había experimentado, junto a Rodolfo, la sensación de volar.
¿Por qué justo hoy cuando acababa de cumplir los años hacía menos de una semana?
Fijó la vista en los cristales de su ventana. Las pequeñas gotas se deslizaban formando dibujos desiguales, juntándose y alejándose alternativamente, fdejando finos trazos.
Así, como finos trazos de lluvia de lluvia en un cristal, se mostraban sus recuerdos. Dos gotas de agua que un día se juntaron e intentaron un viaje o vuelo de hamacas, hasta que, casi en un instante, comenzaron caminos divergentes.
¿Sería efectivamente él? ¿Por qué no se dio a conocer en el llamado? ¿Qué ocultaría?
Rodolfo había vacilado. En el momento de escuchar nuevamente a Amalia después de tanto tiempo, había vacilado. No había encontrado palabras para darse a conocer y así restablecer una comunicación interrumpida, hacía mucho tiempo.
Al menos, eso sí, la había escuchado. Era su misma voz que aún resonaba en sus oídos, como un eco manifiesto de sus propios recuerdos.
Había caminado varias cuadras desde aquella cabina telefónica próxima al edificio donde, hoy había podido confirmarlo, ella continuaba viviendo.
Decidió regresar. La lluvia continuaba mojando las calles, veredas y árboles. Caminó cavilando y pensando como sería restablecer una comunicación cortada hace tiempo.
Una gota de agua se deslizó por el borde de su paraguas. Había sido muchas las que así habían caído en esa particular tarde. ¿Por qué fijarse hoy en esta?
Hace tiempo, otras gotas, otra lluvia. Un despedirse con un suave beso y tantos besos que quedaron guardados y no compartidos, bajo aquella lluvia que los vio alejarse como gotas de agua que se deslizaran separándose en trazos diferentes, sobre los cristales de una ventana.
Llegó a la cabina telefónica. Marcó el número que, ahora sabía, continuaba siendo el de ella. Esperó lo que le pareció una eternidad. Uno, dos, tres, cuatro veces sonó el teléfono antes de escucharse:
_ Hola ¿Quién habla?
_ ¿Amalia? Soy Rodolfo.
_ ¿Dónde estás? ¿De donde estás llamando? Hace tanto tiempo que no sabía de Vos...
_ Estoy aquí, casi frente a tu casa. ¿Podré verte?
_ Puede ser. No podía creer que fueras Vos. Ya bajo.
_ Te espero.
Amalia buscó su impermeable, de un suave mostaza y su paraguas al tono y bajó. Él se encontraba parado mirando como ella iba a su encuentro, bajo su paraguas negro.
Continuaba cayendo la fina lluvia.
Ambos caminaron lentamente, como contemplándose primero desde lejos. Las gotas de agua caían lentamente de sus paraguas. Se pararon muy cerca. Se miraron. ¡Hacía tanto tiempo! Se encontraron. Dos paraguas empezaron a moverse muy juntos, alejándose, mientras de ambos caían pequeñas gotas de agua que iniciaban, ahora sí, un nuevo viaje.
Alfredo Mors
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Queda mal comentar lo propio, pero... ya es de ustedes y quiero revelar algo: Amalia y Rodolfo aún tienen historia para contar!!! jejeje.
Publicar un comentario