domingo, 10 de julio de 2011

El cielo color de rosa



Mariano llevó galletas dulces y una gaseosa. Se sentó en el pasto y abrió el paquete para devorarlas. Observó cómo otras personas también comían en rondas o tomaban mate. Algunos paseaban perros y otros leían un libro.
Era pasado el medio día y el sol había sido implacable ese día. Mariano bebió la mitad de la gaseosa y empezó a notar que el cielo se teñía de un tenue color rosa. “¡Qué extraño!” pensó y se refregó los ojos, pensando que sufría de un defecto óptico. Pero en seguida las otras personas comenzaron a mirar el cielo que se iba poniendo de un color rosa intenso.
El pronóstico decía que hoy sería un día normal, pero las primeras en ponerse nerviosas fueron las aves, que huían todas y los perros que se unieron en un siniestro coro de aullidos.
La gente estaba de pié y miraba al cielo con gesto de desconcierto, tratando de comunicarse por sus celulares, pero inútilmente ya que las líneas estaban muertas. Comenzó a soplar un viento muy caliente que traía pequeñas partículas rojas, que al hacer contacto con la piel, causaban un gran ardor. La gente corrió desesperada.
Cuando pasó el viento, el paisaje quedó inundado por puntos rojos del tamaño de una moneda. Todas las cosas tenían puntos rojos: las casas, las calles, los autos, los árboles y las personas. Y Mariano contempló su cuerpo, lleno de estos puntos rojos. Y la gente se miraban unos a otros, tratando de borrar esos puntos, pero era imposible, ya que estaban como tatuados en la piel.
En el cielo que ya era de un color naranja, apareció con asombro un sol rojo, o al menos, eso parecía. Y era diez veces más grande que nuestro sol. Al ir apareciendo, todos los puntos rojos explotaban en llamas de fuego. La gente corría presa del terror, pero en pocos segundos sus puntos rojos explotaban.
Una mujer y su perro explotaron a dos metros de Mariano. Luego Mariano sintió el calor del sol rojo.
Miguel Valle

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