sábado, 21 de mayo de 2011

Taller del 2 de mayo, CUENTO DE TERROR Y SUSPENSO

El ritual


Llegué a las siete de la tarde y el encargado me recibió con un dejo de amabilidad forzada. Me dijo: - ¡Ésta es su cama! Pase a darse una ducha. La cena se sirve a las nueve.
- Sí, entiendo. ¡Muchas gracias!, respondí.
Mientras me duchaba me repetía que era algo estúpido lo que estaba haciendo; pero Verónica había insistido en que la acompañara a este encuentro de personas que buscan alguna conexión con entidades que deambulan por el cosmos.
Al pasar al comedor ya había unas cuatro personas, entre ellas, Verónica. Con ella yo había mantenido un romance hasta que por alguna razón la llama de la pasión se fue apagando porque ella estaba más interesada en un encuentro cercano del tercer tipo que en un encuentro conmigo; pero quedamos como buenos amigos.
Nos sentamos a la mesa ocho personas en total y el encargado trajo a la mesa una gran bandeja con tapa. La puso al centro, y cuando la destapó, yo casi tiro el alma por la boca. La bandeja estaba llena de gusanos regordetes que formaban una trama viviente que me causaba una repugnancia horrible.
- “Señores”- dijo el encargado, que a su vez era como el líder espiritual de este grupo- “la tierra es sólo un suspiro de este gran universo y es la tierra la que hoy nos convida con este sagrado alimento que necesitamos para purificar nuestros cuerpos y elevar nuestras almas. Por favor, coman antes del ritual.”
Entonces, vi a la gente comer puñados de esas larvas regordetas. ¡Y hasta Verónica llevó a su boca esos repulsivos insectos! ¡No lo podía creer! ¡Esos mismos labios que antes besaba con fervor apasionado ahora estaban triturando placenteramente a los gusanos vivos!
Cuanto tocó mi turno, pensé en excusarme fingiendo algún malestar físico, pero vi con asombro que el líder sacó de una caja dorada una gran espada plateada. ¡Diablos!, - me dije a mi mismo- ¡Mejor no lo hago enfurecer! Tomé la mínima cantidad que pude y con un par de mordidas me tragué esa bola de inmundicia que se negaba a pasar el esófago.
Luego de la cena ya estábamos supuestamente listos para el ritual. Pasamos a un pequeño espacio en donde había ocho puntos conformando un círculo. Cada uno se ubicó en un punto y el líder sacó de una bolsa una cabeza de perro disecado, pero sin ojos. Esta cabeza de perro, aparentemente sagrada, iba pasando de mano en mano. Cada uno debía besar los ojos ausentes del cánido y elevar la cabeza al cielo. Eso nos daría la capacidad de ver en el mundo espiritual.
Finalmente, el líder, espada en mano, nos ordenó que por nada del mundo debiéramos abandonar nuestros puntos energéticos, que eran los ocho puntos sobre los cuales estábamos parados, pues con todos los puntos presionados se activaba un sistema que liberaba el soporte del techo, y si alguno se movía del círculo, el techo se nos vendría encima.
El líder se fue, cerrando la puerta. Y en ese momento, se sentían infinidad de chillidos y rasguidos que salían de pequeños orificios de las paredes. Miré a Verónica que estaba frente a mí y le gesticulé un “Te amo”. Ella quiso responderme, pero un ratón entró en su boca.

Miguel Valle

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