A lo largo de mi vida he caminado por muchos lugares, buscando conocer, compartir y descubrir. Y en esas caminatas, uno ve muchas cosas y situaciones, experimentando así, de todo un poco. Pero cuando uno está en una situación de calle se anima a caminar por los mismos lugares pero también por muchos otros, por los que jamás se les ocurriría pasar, por los que los demás le aconsejan no andar por ser peligrosos, malos y desagradables.
Uno de esos días decidí meterme por unas calles bastantes desagradables y feas. Era de noche y era uno de los barrios más bajos de la Ciudad, donde encontrás todo tipo de personas; pero en su mayoría gente como yo, sin donde ir, sin tener nada que compartir, sólo la tristeza, el desaliento, la desesperanza y el dolor. Y con eso, descubrir a cada paso la muerte no sólo física, sino también anímica y espiritual.
Caminando por esas calles veía personas comiendo y sacando comida de la basura, compartiendo la comida con otros semejantes, con algunos perros flacos y con algunas ratas que mordían el mismo pedazo de pan que los otros. Más allá, veía a un hombre tirado en el suelo, todo sucio y con la ropa rota casi destrozada. Y las ratas pasaban por arriba de él. No sabía si estaba vivo o muerto. Y la verdad es que no me detuve a comprobarlo, sino que seguí de largo. Me daba… (¿Por qué no decirlo?) un poco de miedo.
Más adelante, me encontré en una calle toda destruida al igual que las veredas. En una vereda había un gran galpón que hacía muchos años había sido un mercado grande. Enfrente había casuchas. En la calle y veredas había ratas, basura y muy poca gente. El olor era nauseabundo. Pasando por esa vereda sentí una voz que me llamaba. No sabía de dónde venía, pero era como si quisiese que fuese hasta allí. Pero no me animaba. No sabía si seguir adelante o volverme. Después de mucho pensarlo decidí seguir adelante. La voz, seguía llamándome. Venía del galpón. Tenía vidrios rotos y estaba oscuro. A lo lejos se sentían unos ruidos como si hubiera otras personas.
Me acerqué a un vidrio y vi un pequeño fuego en el interior, pero no alcanzaba para iluminar el lugar. Entré y allí descubrí dos perros muy flacos y un matrimonio. No podría determinar su edad. Estaban súper flacos. Tendidos en el suelo al lado del fuego, pero no se podían levantar. Sus voces eran como un gemido, ya no tenían fuerzas y parecían cadáveres vivientes. Querían que les alcanzara un bolso en donde tenían un poco de comida. Lo hice, se los acerqué, pero lo que vi no me gustó. Esa comida estaba podrida y sentía gran cantidad de ruidos. ¡Eran ratas! Y esas ratas se acercaban en búsqueda de esa comida. Pero además, seguía oyendo ruidos. ¡Eran más ratas, pero hacían ruidos y gritaban de manera aterradora! Me asustaban. Quería ver, pero no me alcanzaba la luz. Vi unas maderas y quise agregarlas al fuego, a ver si me tranquilizaba un poco, pero no lo lograba. Acrecenté el fuego y el panorama en lugar de mejorar, empeoraba, porque lo que vi me desesperó, me destruyó en todos los sentidos. Esas ratas estaban hambrientas. Los perros y las personas no se movían casi. Esas ratas tarde o temprano iban a ir por ellos. Me dije que no lo harían por el fuego. Mientras estuviera el fuego encendido, nada pasaría. ¿Qué podía hacer yo? Seguir acrecentando el fuego, para mantener alejadas a las ratas.
A medida que fue pasando el tiempo y el fuego crecía, veía un poco más allá y descubrí que eso no era lo que las detenía. Lo que las detenía era que estaban comiéndose a una persona.
Así que me fui de allí, tratando de buscar ayuda. Corrí no se cuánto, encontré a un policía y le dije lo que había visto. Me dijo que iba a avisar y acudir al lugar. Yo nunca más volví al lugar.
No se si esas personas se salvaron, no se lo que pasó. Lo único que se es que deseo que a mi nunca me pase eso, que pueda vivir la vida y superar las dificultades, que nunca me abandone ni me deje estar y que nunca pierda la fe en Dios ni nada por el estilo.
Miguel Ángel
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