La hormiguita traviesa: así era mi hormiga. La hormiguita estaba muy aburrida e intranquila y se puso a pensar "¿qué hago yo, ahora?", mientras caminaba por el verde césped rodeado de flores y canteros de barro venía la pobre de repente se da con un objeto contundente. Era un minóno 90-60-90 que estaba broncéandose al costado de la piscina. "Oh ahora qué ahogo yo si me introduzco en este hermoso monumento", dijo la hormiguita y se introdujo nomás: "allá voy", se dijo. Y se encontró con dos lomas inmensas que le costó salir y recorrer y se dio con una planicie suave y perfumada hasta que se dio con un profundo cráter rodeado de una especie de enredadera que casi se cae adentro y se asustó. Salió de ahí y siguió su camino tranquila hasta que se dio con dos montañas que se movían de aquí para allá., suaves y dulcemente perfumadas. "¡Un terremoto!" Salió aliviada y volvió a su lugar cantando feliz porque había zafado de no morir aplastada por semejante monumento.
Chau, hasta pronto. Víctor, quien les relata.
domingo, 29 de mayo de 2011
La mordida
Mordía a toda persona que pasaba por la vereda. Sí, así era ella, tía Anacleta. Cuando enviudó hace quince años, se había sumergido en la depresión, tanta pastilla y tanta nostalgia hizo que un día tuviera un terrible accidente cuando conducía su automóvil a casa.
Desde entonces está en la silla de ruedas, incapaz de devolver una mirada, de emitir aunque sea un balbuceo o de mover sus dedos congelados. Cualquiera que la viera pensaría que estaba embalsamada. Mis dos hijos, Maximiliano y Macarena, crecieron con ella, acostumbrados a esa inmutable presencia.
Como todavía eran pequeños, ellos abrigaban la esperanza de que Dios devolvería sus capacidades a tía Anacleta.
Mi esposa Irene había insistido en que la internáramos en un instituto especializado. Pero yo me opuse, yo sé que tía Anacleta estaba feliz con nosotros, me daba cuenta porque siempre que la sacaba a la vereda, su cara se iluminaba. En esas tardes hacíamos rondas de mates y, por supuesto, que tía Anacleta también participaba aunque no podía manipular el mate, ni tenía capacidad de sorber la bombilla, igual se le servía el mate y se le otorgaban los minutos en los que ella simbólicamente compartía el rito familiar.
Lo curioso es que cuando estábamos en la vereda y pasaba alguien ajeno a la familia, tía Anacleta, en el momento en que más cercano estaba la persona movía su cabeza hacia adelante y abría sus fauces para morder a la víctima. Cuando lograba su cometido era muy difícil liberar a la persona de esos dientes inconscientes. El trabajo era disculparse con al agraviado o agraviada y apelábamos a su compasión por el infeliz estado de mi tía.
Por un buen tiempo no la sacamos a la vereda ya que me parecía triste sacarla con un cartel de advertencia al incauto vecino, me parecía algo humillante...
Irene sugirió un bozal- yo dije ni pensarlo- Era evidente que mi esposa no simpatizaba con tía Anacleta.
Una tarde estábamos en la vereda. Tía Anacleta había mordido a un predicador bíblico que en su ira lanzó muchas maldiciones sobre ella.
Después del incidente sonó el teléfono, fui a atender el llamado, era mi jefe. Me dijo que iba a ascenderme y que él y su esposa vendrían a casa y más aún que su esposa ya debería haber llegado porque salió antes que él, porque él debía cerrar unos contratos de la inmbobiliaria. En ese momento, se escuchó un agudo grito femenino que provenía de la vereda. Fue tan agudo el grito que mi jefe lo escuchó por el teléfono y preguntó: -¡Miguel!, ¿por qué grita mi esposa?
Miguel Valle.
Desde entonces está en la silla de ruedas, incapaz de devolver una mirada, de emitir aunque sea un balbuceo o de mover sus dedos congelados. Cualquiera que la viera pensaría que estaba embalsamada. Mis dos hijos, Maximiliano y Macarena, crecieron con ella, acostumbrados a esa inmutable presencia.
Como todavía eran pequeños, ellos abrigaban la esperanza de que Dios devolvería sus capacidades a tía Anacleta.
Mi esposa Irene había insistido en que la internáramos en un instituto especializado. Pero yo me opuse, yo sé que tía Anacleta estaba feliz con nosotros, me daba cuenta porque siempre que la sacaba a la vereda, su cara se iluminaba. En esas tardes hacíamos rondas de mates y, por supuesto, que tía Anacleta también participaba aunque no podía manipular el mate, ni tenía capacidad de sorber la bombilla, igual se le servía el mate y se le otorgaban los minutos en los que ella simbólicamente compartía el rito familiar.
Lo curioso es que cuando estábamos en la vereda y pasaba alguien ajeno a la familia, tía Anacleta, en el momento en que más cercano estaba la persona movía su cabeza hacia adelante y abría sus fauces para morder a la víctima. Cuando lograba su cometido era muy difícil liberar a la persona de esos dientes inconscientes. El trabajo era disculparse con al agraviado o agraviada y apelábamos a su compasión por el infeliz estado de mi tía.
Por un buen tiempo no la sacamos a la vereda ya que me parecía triste sacarla con un cartel de advertencia al incauto vecino, me parecía algo humillante...
Irene sugirió un bozal- yo dije ni pensarlo- Era evidente que mi esposa no simpatizaba con tía Anacleta.
Una tarde estábamos en la vereda. Tía Anacleta había mordido a un predicador bíblico que en su ira lanzó muchas maldiciones sobre ella.
Después del incidente sonó el teléfono, fui a atender el llamado, era mi jefe. Me dijo que iba a ascenderme y que él y su esposa vendrían a casa y más aún que su esposa ya debería haber llegado porque salió antes que él, porque él debía cerrar unos contratos de la inmbobiliaria. En ese momento, se escuchó un agudo grito femenino que provenía de la vereda. Fue tan agudo el grito que mi jefe lo escuchó por el teléfono y preguntó: -¡Miguel!, ¿por qué grita mi esposa?
Miguel Valle.
viernes, 27 de mayo de 2011
Momentos
"¡Debo llegar a la despensa!" Es todo lo que sé porque tenía hambre y era la hora del almuerzo. Alguien me había prometido venir y traer algo de comer, pero no vino, se borró, tocó cambiar el menú y ni siquiera tuvo esa persona la delicadeza de decir "lo siento" o "lo lamento, no puedo almorzar con ustedes, no me esperen, otra vez será", nada absolutamente nada, pero así es la vida.
No se dio la oportunidad de compartir, de intercambiar, de vivir momentos diferentes a los que comúnmente vivimos, ¿será que a esa persona no le interesa? Nos quedamos con la duda, algún día lo sabremos. Como eso no se dio almorzamos y después salimos a caminar y a disfrutar de la naturaleza , ya que "en el medio de la nada había un caserío que no llegaba a ser aldea", pero en ese caserío uno podía tener sus momentos para leer, pensar, encontrarse con uno mismo y permitir que Dios entre en la vida de uno tratando de hacer un examen de conciencia y viendo por dónde vamos caminando en la vida. A veces necesitamos encontrarnos en lugares donde haya poca gente, donde estemos lejos de la ciudad y a su vez compartiendo con gente que no tiene nada materialmente pero mucho espiritualmente, hay mucha gente que piensa distinto a mí, que no comparte mis gustos, tengo un amigo al que le aburrían muchas cosas que a mí si me gustan como por ejemplo leer, escuchar música clásica, ir a conciertos y visitar museos, cosas que a mí si me gustan, diría que me apasionan, pero es una persona que tiene valores muy importantes para mí, gustos diferentes, pero compartimos ideales, sueños y esperanzas. Vemos la vida de manera diferente, pero perseguimos un mismo objetivo: salir adelante, encontrar nuestro camino, disfrutar de la vida.
Uno en esos momentos de soledad en medio de entornos diferentes a los que uno está acostumbrado, en ese pensar y reflexionar se permite soñar, yo sueño con conocer parte de las playas de Brasil, de disfrutar con las garotas y vivir una cultura diferente a la mía, tratando de rescatar aquellos elementos que me permitan un crecimiento mejor. Pero hay que volver a la realidad y seguir luchando por lo mismo, pero desde otro entorno diferente, desde el entorno del cada día con sus rutinas, con sus ventajas y desventajas, que lamentablemente por el momento son mejores las desventajas, pero no son barreras permanentes, son transitorias y hay que superarlas, hay que levantarse y volver a caminar por esta vida que nos toca vivir, sin perder nunca los objetivos, al contrario, haciéndose fuerte en la lucha y crecer en la adversidad; teniendo esperanzas en un mañana mejor a pesar de que otros se obstinen en poner trabas, porque el lograr las cosas no depende de nadie más que de uno mismo, de su fortaleza y de su capacidad personal para vivir este regalo de Dios que es la vida.
Miguel Ángel.
No se dio la oportunidad de compartir, de intercambiar, de vivir momentos diferentes a los que comúnmente vivimos, ¿será que a esa persona no le interesa? Nos quedamos con la duda, algún día lo sabremos. Como eso no se dio almorzamos y después salimos a caminar y a disfrutar de la naturaleza , ya que "en el medio de la nada había un caserío que no llegaba a ser aldea", pero en ese caserío uno podía tener sus momentos para leer, pensar, encontrarse con uno mismo y permitir que Dios entre en la vida de uno tratando de hacer un examen de conciencia y viendo por dónde vamos caminando en la vida. A veces necesitamos encontrarnos en lugares donde haya poca gente, donde estemos lejos de la ciudad y a su vez compartiendo con gente que no tiene nada materialmente pero mucho espiritualmente, hay mucha gente que piensa distinto a mí, que no comparte mis gustos, tengo un amigo al que le aburrían muchas cosas que a mí si me gustan como por ejemplo leer, escuchar música clásica, ir a conciertos y visitar museos, cosas que a mí si me gustan, diría que me apasionan, pero es una persona que tiene valores muy importantes para mí, gustos diferentes, pero compartimos ideales, sueños y esperanzas. Vemos la vida de manera diferente, pero perseguimos un mismo objetivo: salir adelante, encontrar nuestro camino, disfrutar de la vida.
Uno en esos momentos de soledad en medio de entornos diferentes a los que uno está acostumbrado, en ese pensar y reflexionar se permite soñar, yo sueño con conocer parte de las playas de Brasil, de disfrutar con las garotas y vivir una cultura diferente a la mía, tratando de rescatar aquellos elementos que me permitan un crecimiento mejor. Pero hay que volver a la realidad y seguir luchando por lo mismo, pero desde otro entorno diferente, desde el entorno del cada día con sus rutinas, con sus ventajas y desventajas, que lamentablemente por el momento son mejores las desventajas, pero no son barreras permanentes, son transitorias y hay que superarlas, hay que levantarse y volver a caminar por esta vida que nos toca vivir, sin perder nunca los objetivos, al contrario, haciéndose fuerte en la lucha y crecer en la adversidad; teniendo esperanzas en un mañana mejor a pesar de que otros se obstinen en poner trabas, porque el lograr las cosas no depende de nadie más que de uno mismo, de su fortaleza y de su capacidad personal para vivir este regalo de Dios que es la vida.
Miguel Ángel.
miércoles, 25 de mayo de 2011
El eterno solitario
Se encontraba muy solo. Había tenido esa ansiedad antes. Tenía el poder de hacer lo que quisiera. Tenía el poder de equivocarse y no ser juzgado por eso...
Antes que existieran los días, las noches y el movimiento; antes de que todo sea absorbido por el tiempo, ahí estaba él, con su total poder. Pero para qué el poder si no había a quién demostrárselo. Qué sentido tenía el amor si no había a quién amar. ¡Sí! Él también se hacía preguntas y aunque sabía las respuestas jamás las diría.
El vacío podría tener oídos.
Para no estar eternamente alienado generó de una idea la energía en el vacío. Allí vino la materia: ebullendo, expandiendo, renovando, existiendo. Pero esto no lo satisfacía. Todo poder, hasta el más finito, necesita ser aplicado y nada escapa a esa actitud. Él no iba a ser la excepción. Lo sabía muy bien.
Aprovechó la materia ya existente y germinó en ella la vida; hermosa atracción de células embrionarias, dinámica, autoregenerativa. Pero las bestias no lo satisfacían. Tomó a una bestia ya existente y le engendró medio grado de conciencia. Ahí despertó la raza humana; temerosa, pensante, vulnerable y lo que es mejor: oferente.
Por fin había logrado tener la atención de alguien más que no fuera él mismo.
Loa humanos le temían, le adoraban, le ofrecían sacrificios algunos hasta anti humanos. Pero la sangre, síntoma de dolor más que de amor, parecía agradarle. ¿Qué grado de locura podría albergar una mente cuya función es decidir qué existe y qué desaparece?
Igualmente sus adoradores eran incapaces de plantearse estas cosas. Le debían todo, incluso su existencia banal, efímera, patética. Con torpeza se vistieron, evolucionaron, pisaron la luna, se clonaron y olvidaron adorarlo. Y eso no lo satisfacía.
Entonces él borró a los humanos, extinguió la vida, suprimió la materia.... Y ahí estaba de nuevo. Solo. Había sentido esa ansiedad antes. Tenía el poder de hacer lo que quisiera. Tenía el poder de equivocarse y no ser juzgado por ello....
Miguel Valle.
Antes que existieran los días, las noches y el movimiento; antes de que todo sea absorbido por el tiempo, ahí estaba él, con su total poder. Pero para qué el poder si no había a quién demostrárselo. Qué sentido tenía el amor si no había a quién amar. ¡Sí! Él también se hacía preguntas y aunque sabía las respuestas jamás las diría.
El vacío podría tener oídos.
Para no estar eternamente alienado generó de una idea la energía en el vacío. Allí vino la materia: ebullendo, expandiendo, renovando, existiendo. Pero esto no lo satisfacía. Todo poder, hasta el más finito, necesita ser aplicado y nada escapa a esa actitud. Él no iba a ser la excepción. Lo sabía muy bien.
Aprovechó la materia ya existente y germinó en ella la vida; hermosa atracción de células embrionarias, dinámica, autoregenerativa. Pero las bestias no lo satisfacían. Tomó a una bestia ya existente y le engendró medio grado de conciencia. Ahí despertó la raza humana; temerosa, pensante, vulnerable y lo que es mejor: oferente.
Por fin había logrado tener la atención de alguien más que no fuera él mismo.
Loa humanos le temían, le adoraban, le ofrecían sacrificios algunos hasta anti humanos. Pero la sangre, síntoma de dolor más que de amor, parecía agradarle. ¿Qué grado de locura podría albergar una mente cuya función es decidir qué existe y qué desaparece?
Igualmente sus adoradores eran incapaces de plantearse estas cosas. Le debían todo, incluso su existencia banal, efímera, patética. Con torpeza se vistieron, evolucionaron, pisaron la luna, se clonaron y olvidaron adorarlo. Y eso no lo satisfacía.
Entonces él borró a los humanos, extinguió la vida, suprimió la materia.... Y ahí estaba de nuevo. Solo. Había sentido esa ansiedad antes. Tenía el poder de hacer lo que quisiera. Tenía el poder de equivocarse y no ser juzgado por ello....
Miguel Valle.
sábado, 21 de mayo de 2011
Taller del 2 de mayo, CUENTO DE TERROR Y SUSPENSO
El ritual
Llegué a las siete de la tarde y el encargado me recibió con un dejo de amabilidad forzada. Me dijo: - ¡Ésta es su cama! Pase a darse una ducha. La cena se sirve a las nueve.
- Sí, entiendo. ¡Muchas gracias!, respondí.
Mientras me duchaba me repetía que era algo estúpido lo que estaba haciendo; pero Verónica había insistido en que la acompañara a este encuentro de personas que buscan alguna conexión con entidades que deambulan por el cosmos.
Al pasar al comedor ya había unas cuatro personas, entre ellas, Verónica. Con ella yo había mantenido un romance hasta que por alguna razón la llama de la pasión se fue apagando porque ella estaba más interesada en un encuentro cercano del tercer tipo que en un encuentro conmigo; pero quedamos como buenos amigos.
Nos sentamos a la mesa ocho personas en total y el encargado trajo a la mesa una gran bandeja con tapa. La puso al centro, y cuando la destapó, yo casi tiro el alma por la boca. La bandeja estaba llena de gusanos regordetes que formaban una trama viviente que me causaba una repugnancia horrible.
- “Señores”- dijo el encargado, que a su vez era como el líder espiritual de este grupo- “la tierra es sólo un suspiro de este gran universo y es la tierra la que hoy nos convida con este sagrado alimento que necesitamos para purificar nuestros cuerpos y elevar nuestras almas. Por favor, coman antes del ritual.”
Entonces, vi a la gente comer puñados de esas larvas regordetas. ¡Y hasta Verónica llevó a su boca esos repulsivos insectos! ¡No lo podía creer! ¡Esos mismos labios que antes besaba con fervor apasionado ahora estaban triturando placenteramente a los gusanos vivos!
Cuanto tocó mi turno, pensé en excusarme fingiendo algún malestar físico, pero vi con asombro que el líder sacó de una caja dorada una gran espada plateada. ¡Diablos!, - me dije a mi mismo- ¡Mejor no lo hago enfurecer! Tomé la mínima cantidad que pude y con un par de mordidas me tragué esa bola de inmundicia que se negaba a pasar el esófago.
Luego de la cena ya estábamos supuestamente listos para el ritual. Pasamos a un pequeño espacio en donde había ocho puntos conformando un círculo. Cada uno se ubicó en un punto y el líder sacó de una bolsa una cabeza de perro disecado, pero sin ojos. Esta cabeza de perro, aparentemente sagrada, iba pasando de mano en mano. Cada uno debía besar los ojos ausentes del cánido y elevar la cabeza al cielo. Eso nos daría la capacidad de ver en el mundo espiritual.
Finalmente, el líder, espada en mano, nos ordenó que por nada del mundo debiéramos abandonar nuestros puntos energéticos, que eran los ocho puntos sobre los cuales estábamos parados, pues con todos los puntos presionados se activaba un sistema que liberaba el soporte del techo, y si alguno se movía del círculo, el techo se nos vendría encima.
El líder se fue, cerrando la puerta. Y en ese momento, se sentían infinidad de chillidos y rasguidos que salían de pequeños orificios de las paredes. Miré a Verónica que estaba frente a mí y le gesticulé un “Te amo”. Ella quiso responderme, pero un ratón entró en su boca.
Miguel Valle
EN UNA NOCHE TENEBROSA
CAMINATA NOCTURNA
A lo largo de mi vida he caminado por muchos lugares, buscando conocer, compartir y descubrir. Y en esas caminatas, uno ve muchas cosas y situaciones, experimentando así, de todo un poco. Pero cuando uno está en una situación de calle se anima a caminar por los mismos lugares pero también por muchos otros, por los que jamás se les ocurriría pasar, por los que los demás le aconsejan no andar por ser peligrosos, malos y desagradables.
Uno de esos días decidí meterme por unas calles bastantes desagradables y feas. Era de noche y era uno de los barrios más bajos de la Ciudad, donde encontrás todo tipo de personas; pero en su mayoría gente como yo, sin donde ir, sin tener nada que compartir, sólo la tristeza, el desaliento, la desesperanza y el dolor. Y con eso, descubrir a cada paso la muerte no sólo física, sino también anímica y espiritual.
Caminando por esas calles veía personas comiendo y sacando comida de la basura, compartiendo la comida con otros semejantes, con algunos perros flacos y con algunas ratas que mordían el mismo pedazo de pan que los otros. Más allá, veía a un hombre tirado en el suelo, todo sucio y con la ropa rota casi destrozada. Y las ratas pasaban por arriba de él. No sabía si estaba vivo o muerto. Y la verdad es que no me detuve a comprobarlo, sino que seguí de largo. Me daba… (¿Por qué no decirlo?) un poco de miedo.
Más adelante, me encontré en una calle toda destruida al igual que las veredas. En una vereda había un gran galpón que hacía muchos años había sido un mercado grande. Enfrente había casuchas. En la calle y veredas había ratas, basura y muy poca gente. El olor era nauseabundo. Pasando por esa vereda sentí una voz que me llamaba. No sabía de dónde venía, pero era como si quisiese que fuese hasta allí. Pero no me animaba. No sabía si seguir adelante o volverme. Después de mucho pensarlo decidí seguir adelante. La voz, seguía llamándome. Venía del galpón. Tenía vidrios rotos y estaba oscuro. A lo lejos se sentían unos ruidos como si hubiera otras personas.
Me acerqué a un vidrio y vi un pequeño fuego en el interior, pero no alcanzaba para iluminar el lugar. Entré y allí descubrí dos perros muy flacos y un matrimonio. No podría determinar su edad. Estaban súper flacos. Tendidos en el suelo al lado del fuego, pero no se podían levantar. Sus voces eran como un gemido, ya no tenían fuerzas y parecían cadáveres vivientes. Querían que les alcanzara un bolso en donde tenían un poco de comida. Lo hice, se los acerqué, pero lo que vi no me gustó. Esa comida estaba podrida y sentía gran cantidad de ruidos. ¡Eran ratas! Y esas ratas se acercaban en búsqueda de esa comida. Pero además, seguía oyendo ruidos. ¡Eran más ratas, pero hacían ruidos y gritaban de manera aterradora! Me asustaban. Quería ver, pero no me alcanzaba la luz. Vi unas maderas y quise agregarlas al fuego, a ver si me tranquilizaba un poco, pero no lo lograba. Acrecenté el fuego y el panorama en lugar de mejorar, empeoraba, porque lo que vi me desesperó, me destruyó en todos los sentidos. Esas ratas estaban hambrientas. Los perros y las personas no se movían casi. Esas ratas tarde o temprano iban a ir por ellos. Me dije que no lo harían por el fuego. Mientras estuviera el fuego encendido, nada pasaría. ¿Qué podía hacer yo? Seguir acrecentando el fuego, para mantener alejadas a las ratas.
A medida que fue pasando el tiempo y el fuego crecía, veía un poco más allá y descubrí que eso no era lo que las detenía. Lo que las detenía era que estaban comiéndose a una persona.
Así que me fui de allí, tratando de buscar ayuda. Corrí no se cuánto, encontré a un policía y le dije lo que había visto. Me dijo que iba a avisar y acudir al lugar. Yo nunca más volví al lugar.
No se si esas personas se salvaron, no se lo que pasó. Lo único que se es que deseo que a mi nunca me pase eso, que pueda vivir la vida y superar las dificultades, que nunca me abandone ni me deje estar y que nunca pierda la fe en Dios ni nada por el estilo.
Miguel Ángel
COSAS SOBRENATURALES (Autor: Antonio Moreno)
Año 1991. Rondando las seis de la tarde, estábamos con mi pareja preparándonos para salir cada uno para su trabajo. La casa la compartíamos con la señora que nos sub alquilaba y con otra persona más. La señora estaba internada y el caballero en su trabajo por eso nos encontrábamos solos.
En un momento, sentimos un ruido, como el sonido que provoca al caer un palo de piso. Como estábamos solos fui a ver qué era el ruido. ¡Pero no era nada!
Nosotros teníamos la llave de la pieza de la señora. Escuchamos cómo se movían sus muebles. Fui a ver y… nada.
Nos fuimos a trabajar. Al salir del trabajo, nos juntamos con nuestros amigos varias horas. Llegamos a casa. Vivíamos al fondo del pasillo. Teníamos una puerta de calle y la otra reja.
Nos acostamos y luego se siente el ruido de las llaves de la puerta de entrada. Imposible que entrara alguien. Me acuesto de nuevo y lo mismo sucede con la reja. Fui… y nada.
Le pregunto a mi mujer: ¿Sabes rezar?, bueno, reza.
Me saco mis zapatos y los dejo. Cuando me acuesto mis dos zapatos se levantan solos y caen.
Por la mañana, llega un telegrama de Bs. As, avisando la muerte de la hermana de la mujer que nos alquilaba.
Antonio Moreno
En un momento, sentimos un ruido, como el sonido que provoca al caer un palo de piso. Como estábamos solos fui a ver qué era el ruido. ¡Pero no era nada!
Nosotros teníamos la llave de la pieza de la señora. Escuchamos cómo se movían sus muebles. Fui a ver y… nada.
Nos fuimos a trabajar. Al salir del trabajo, nos juntamos con nuestros amigos varias horas. Llegamos a casa. Vivíamos al fondo del pasillo. Teníamos una puerta de calle y la otra reja.
Nos acostamos y luego se siente el ruido de las llaves de la puerta de entrada. Imposible que entrara alguien. Me acuesto de nuevo y lo mismo sucede con la reja. Fui… y nada.
Le pregunto a mi mujer: ¿Sabes rezar?, bueno, reza.
Me saco mis zapatos y los dejo. Cuando me acuesto mis dos zapatos se levantan solos y caen.
Por la mañana, llega un telegrama de Bs. As, avisando la muerte de la hermana de la mujer que nos alquilaba.
Antonio Moreno
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