domingo, 8 de agosto de 2010

Volvé, Diego, volvé

Volvé, Diego, volvé

               
                  1
Nuestros antepasados, caro Diego,
se largaron de allá porque ya no bancaban
la malaria sin término, la policía brava,
la corrupción de arriba, la ley del gallinero.
Aquí se entreveraron con los que estaban de antes
y en cálido amasijo con la carne doliente
de este lado y del otro, de padentro y pajuera,
de anteayer, de mañana, de hoy y quiénsabecuándo,
hicieron este pueblo que te lleva en su entraña
y es el pulso invisible de tu zurda de oro
que desanda la huella del alfabeto pánico
que (Rubén me perdone)
resonaba en las sabias sandalias de Platón
y en la planta descalza de Netzahuacoyotl
                                            
         (“…sos una flor de yuyo
                                             que perfuma el corazón…”)

2

Por eso, caro Diego, venite con nosotros,
aquí tu vieja tiene los brazos siempre abiertos
y entrarás en su seno como en la bombonera
cuando subleva cánticos la alegría del pueblo.
Picará su redondo alborozo el de la zurda,
florecerá el baldío de tu alma que en Europa
apagó el chisperío matinal de tu risa; secó sin compasión
campanillas rosadas (intimaban con tapias
que a Georgie emocionaron: “fue un instante
no avaro de eternidad”, decía); dejó morir de pena
pálidas madreselvas que entoldaban de fresco
el amargo que al viejo le templó el desamparo.
¡ En Fiorito te espera escondida en un tarro
una estrella de trapo más hermosa que el sol,
jugosa como el fruto que se oculta en el aire
de la pollera alada que te ampara y alienta!
                                            
                                             (“…sólo una madre nos
                                             perdona en esta vida
                                             es la única verdad                 
                                             es mentira lo demás…”)

3

Volvé, volvé, Pelusa, remontaremos juntos
los ríos que nos dieron un nombre y un destino.
El surubí te espera con su piel misteriosa
donde están dibujados tu futuro y el mío.
(Saludamos las señales de humo de tu pipa,
oh viejo Marechal, compañero y hermano
del fuego y la esperanza.)
El gran pez que en su agalla porta una cruz de oro
a remontar te llama la furiosa corriente,
a recobrar la oculta fuente de tu alegría
donde bebe el guasuncho en cuya frente esplende
el carbunclo de sangre que espanta los demonios
cura el daño y protege de la envidia.
                                             (“Siempre siempre la oruga
                                             quiso ser mariposa
                                             que lo digan Discépolo
                                             y el bandoneón”)

4
Volvé, volvé, Pelusa, ya hiciste la difícil,
¡qué caño le pusiste al Norte y al jet set;
le gambeteaste todo al tano y al inglés!
Pero no nos piyemos de prepotencia hermano,
(que lo digan los chicos que semillan bandadas
en la húmeda negrura de la turba y la bruma)
nada de magia blanca, nada de magia negra,
el arma que nos arma nos sale bien de adentro,
la cuestión es pisarla,
tenerla,
hacer la pausa,
tocarla de taquito,
bolear de mediavuelta,
amagar con la zurda,
darle con la de palo,
hamacarse,
poner el freno,
hacer arar el pasto,
desbordar por la punta,
tirar centro pasado,
pisar fuerte en el área,
sentir olor a gol,
gritarlo desde el alma antes que la redonda
se morfe los piolines,
pero eso sí, Pelusa, como vos lo inventaste
siempre con la cabeza levantada, ¡siempre!
                                            
                                             (San Juan Moreira ora pro nobis,
                                             ora pro nobis Namuncurá….)

Jorge Torres Roggero, 1991, Eucaypto y otros poemas, Córdoba, Ediciones Argos.

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