viernes, 19 de marzo de 2010

Sorpresa

Novela Corta de Carlos Salguero:

Resumen del primer capítulo: Hoy me embriagué, pero no de licor, sino de una  emoción tan tonta que llegué a llorar como un niño sin consuelo (...)
Escuché un sonido, o mejor dicho un zumbido, como un panal de abejas que me impidió seguir durmiendo la siesta (...) ¡Oh sorpresa! El sonido venía de arriba (...) Era un aparato suspendido en el aire, no era helicóptero pues no tenía helices, no tenia forma de "plato volador", tampoco: era como un hábano ensanchado en el medio y tenía ventanas como los aviones, redonditas, y muchas luces...

Al principio me asusté y después lloré de conmoción, siempre ansié verlo...
Del aparato salió una rampa por la que subí, el corazón me latía a mil, ingresé sin pensar en las consecuencia. Adentro todo era pulcritud, del piso se abrió automáticamente una compuerta con una butaca. Me senté. Mi reloj marcaba las 14 y 10...Alguien o algo me pidió que entrara a un tubo, en un idioma que no era el mío pero que yo entendí y que me sacara la ropa y me acostara en una camilla: así lo hice, quise resistirme pero una fuerza inexplicable me llevó a obedecer...Unos aparatos muy extraños llenos de luces atravesaron todo mi cuepo: de arriba a abajo... Tomé algo como una lapicera, de la mesa que tenía al lado y escribí todos mis datos personales... Luego vi mi reloj: eran las catorce y cinco: Parecía que el tiempo hubiese retrocedido en vez de avanzar...
Resumen del segundo capítulo: Al otro día, en la calle, me encontré con una chica a punto de parir y su madre desesperada buscando ayuda. Sin tener conocimientos de medicina, ayudé a que el bebé naciera sano en esas condiciones...Entré a una iglesia y agradecí a Dios haberme puesto en su camino. Tenía una gran pregunta: ¿Dios me llevó a hacer lo que hice o fueron los seres de la nave? Reflexioné y llegué a la conclusión: Si Dios hizo el universo, también los hizo a ellos...
Me encontré, después, con una casa en llamas. Entre a la vivienda y saqué a un niñito que había quedado atrapado dentro de la vivienda. El fuego no lo alcanzó, pero el humo lo había dañado, estaba inconsciente. Sin saber yo de primeros auxilios le hice tácticas de reanimación boca a boca y le masajeé el pechito hasta que lo encontré mejor y pedí una ambulancia. Finalmente se lo llevaron. Un bombero que había llegado mientras yo hacía la reanimación, me dijo: Cuando usted se fue, me acerqué al niñito y puedo asegurarle que ya estaba muerto, pero usted no desistió... siguió intentando hasta que vino la ambulancia y se lo llevó con vida. Es un milagro... Si usted hubiera llegado sólo 5 minutos después todos estarían muertos...
Yo siempre fui de aquellos que dicen mejor no te metas, temeroso y cauteloso, algo que desconozco había sacado una fuerza poderosa dentro de mí y estaba dispuesto a cualquier cosa por averiguar qué era...
(Continuará)
Carlos Salguero

martes, 9 de marzo de 2010

La Casa de Asterión -Jorge Luis Borges


Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro, Biblioteca, III,I

Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.

El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.

Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol;. abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto.

¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?

El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.

-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.

jueves, 4 de marzo de 2010

Poesía Sin Título

Pude encontrarte bajo un cielo blanco

el día claro remarcando tu encanto,

nuestras miradas serenas

de esa lluvias sedientas

que aguardando el momento

nos rozaría desde adentro

unidos a la naturaleza.

La ocasión irradia belleza

y el vuelo de un picaflor

me guía hacia tu corazón.

El instante en que el viento

impulse nuestros sentimientos,

una cascada de pasión

nos colmará de ilusión

y ese verde esperanza

da vida a mi añoranza.

Le brindamos intenso calor

a la teoría del amor

en el río el caudal

demuestra que si es vital,

en nuestro caudal sólo hay capacidad

para dos seres buscando felicidad.

Marcelo Veliz

Soy Ese

Soy ese que se fastidia por los

entrometidos e hipócritas

que tienen el descaro

de hacerse las víctimas.

Soy ese que ve que el desacuerdo

es infinito en este mundo

porque nadie quiere

y las cosas siguen igual.

Soy ese que deseade impaciencia

transformarse en lo más repudiable

para poner punto final pero que

irremediablemente espera lo prometido.

Soy ese que teme

claudicar en cada

palabra dicha

y degradarse a sí mismo.

Soy ese que guiándose

por el recorrido del bien

se pierde

en el camino del mal.

Soy ese que vive

de sueños

que parecen ser

ajenos al bien.

Soy ese que se desespera

pensando en el umbral

deshauciado al no

querer ser uno más.

Marcelo Veliz

Maldita Perdición

Observo de lejos sintiendo deseos cayendo en el suelo del mundo sin consuelo sufrido destino es el que me espera el sueño frustrado es el que me encierra maldita perdición me gana la razón en mi esperanza buscaba la razón pero no pudo encontrar la solución maldita esa perdición que ya marcó mi corazón me duele andar en caminos tan sólo y sin mis amigos es tan grande esa emntira ofreciéndote la salida bastaba con escuchar hasta un ciego hablar maldita perdición insistes sin razón maldita esa perdición no respeta mi decisión me obligas a caer de nuevo y otra vez no sólo mi corazón dañaste jugaste con mi alma y ganaste ya con todas mis fuerzas voy a luchar hasta mi alma poder cicatrizar y sólo la cicatriz va a quedar de cuando la droga me quizo matar..


Marcelo Veliz

Creaciones: Catalina Castro



Los Chicos de la Hospe: Clase 04/03/10

Creaciones de Ramón (Alejandro)




Elefante "guardalibros" de Miguel Valle

Ignacio Guerra (no Juan Luis)

Casa tomada- Julio Cortázar


Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.

Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las ultimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde.

Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina.

Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene que pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso.

Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos.

Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad.

Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene:

-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.

Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.

-¿Estás seguro?

Asentí.

-Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado.

Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco.

Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza.

-No está aquí.

Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa.

Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre.

Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía:

-Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol?

Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar.

(Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios.

Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en vos más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.)

Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro.

No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada.

-Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo.

-¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente.

-No, nada.

Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora.

Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

martes, 2 de marzo de 2010

Peatonal Amarga

Ahora te llaman peatonal,

encajonado, estrecho callejón,

dominio mezquino de especulación,

voceos con cacofonía irracional.

Mezcla de orden e improvisación,

afán de rebusque o venta,

el palpitar de la vida intenta,

ganar la moneda de ilusión.

Crece en ella el árbol desolado,

extendiendo cuerpo y brazos al cielo,

buscando atrapar el sol en su desvelo,

y arrojar tenue sombra sobre el solado.

Y es la sombra de la noche,

débil cobija en jergón de cartones,

donde duermen su sueño de ilusiones

los que en el día, escuchan tu reproche.

Un Hospedado.

Un ilusionista




Yo soy ilusionista. Me había ido al baile de La Mona Jiménez en un fiat 600 con una puerta rota y que se detenía cada quince minutos y pensaba "El próximo mes, cambio esta chatarra..." y venía escuchando una canción de La Mona y llegando al baile lo vi al Negro Cheto que hacía como dos meses que no lo veía. Nos saludamos y nos pusimos a charlar.
"Yo también voy al baile", me dijo. Entramos y conocimos a dos chicas que estaban muy lindas, nos hicimos amigos y nos bailamos todo y pasamos una noche feliz.

Ramón

Personaje: Ilusionista. Lugar: baile

Piñón Fijo



Piñón Fijo es mi ídolo: ¿Por qué? Se preguntarán ustedes...
Porque me lleva a mi niñez que fue sufrida, triste y con inocencia linda y pura.
Fui invitado y participé en una fiesta del nieto de un amigo, que era un carnaval de Venecia. Me di cuenta por las gorras y las pelucas y ahí me sentí muy alegre y a la vez muy niño y no quería que finalizara porque me gustaba el jolgorio de ese momento y me recordaba a mi niñez: pobre y triste. Con la bulla de los y niños y de todos los presentes, la música me llevó a una conclusión: "¡Viva mi infancia que fue pura y sincera en la cual nada que ver con la actual ..."
Y gracias por hacerme volver a mi niñez, que siempre está dentro de mí y a los niños que quiero mucho.

Hasta siempre.

Víctor.
Personaje: Cantante. Lugar: Carnaval de Venecia.

Un camaleón





En vidio al camaleón que cambia de tono en su cacería, ante su miedo y así en distintas circunstancias. Me gustaría ser como él: cambiar mi semblante ante el pánico, ante mi alegría, ante mi tristeza, pero lamentablemente nos enseñaron a ser como somos.

Roberto.

--------------------------Nada-------------------------------------

En mi relación con la gente, en este momento de mi vida que estoy viejo, veo que todo funciona distinto, nada me resulta fácil
Y me sorprendo cuando recorro Córdoba:
Sus construcciones nuevas con la más alta tecnología,
hombres y mujeres trabajando para levantar paredes,
no hay baldíos...
Tecnológicamente, la computación y los celulares me torturan a
cada instante.
Esto me superó y no me di cuenta.
Estoy, veo, pero no es lo que quiero.

Juan Carlos.

El Arbol






Hola, soy el árbol viejo. Desde hace mucho tiempo me encuentro en este lugar que amo, aquí he visto pasar tantos personajes a mi lado, tantos se cobijaron bajo mi sombra y cuántas primaveras... he sentido las tormentas y ventarrones que a veces voltean mis vestidos. Pasa el tiempo y siempre llegan visitantes, a veces me halagan, a veces pasan de largo sin prestarme atención. El invierno desnuda mi cuerpo y lo sufro, pero luego llega la primavera y me reconforta. Aquí nací como casi todos mis hermanos, los demás árboles. No estaría cómodo en otro lugar. Por las mañanas el trino de los pájaros me despierta con su alegría.
Por las noches, me cobijan las estrellas hasta que viene el día y nuevamente se renueva todo. Hasta siempre mis amigos.

Yo, el árbol.

Ramón Sánchez

Soy el zorro sin mucho esfuerzo

Soy un zorro, cuando el león caza yo lo sigo para comerle la presa. El león trata de alejarme, pero yo insisto porque quiero lo fácil: no tener trabajo para cazar mi alimento. Además tengo mucho olfato. Soy el zorro, el animal sin esfuerzo, porque tengo al león para que cace y comerle su presa.

Marcelo Corvalán.

Consigna: ¿Con qué animal te identificas?