Pasa de todo. Admito es pura tormenta y un suceder de sentimientos todos en fila. Y cada uno de ellos, como un mandato, intenta esconderse y pretender que la vida es eso: brotar para morir. Mira las plantas y sabe lo que está saliendo, sabe que ella deja morir la esencia de su vida, su yo más yo para luego ser como ese modelo de persona que siempre se juró que no sería. Y es un cáncer que crece adentro y no la deja salir. No lo habla con sus hijos ni con sus amigas. Sabe que ellas lloran y que cuando lloran no se dejan ver. No quieren que nadie sienta la pena que ellas son capaces de sentir, igual que ella que calla.
Casi siempre sueña. Sueña para escapar de su tristeza instaurada en el centro de su pecho. Imagina besos que no se van y manos que la abrazan. Imagina cielos que la cobijan sin miedo. Sueña, sueña. Y ese sueño es reposo.
¿Y si uno soñara con una rosa y al despertar encontrara en su mano esa rosa? ¿Y si uno soñara con esa dicha y la dicha le golpeara el hombro en la mañana? Y en ese sueño y en esa confianza de la realidad se da una tregua. Y se acuesta a dormir.
Martín Maurette
Cuando los otros hablan sobre lo que él ya sabe, los deja hablar tranquilos y asiente siempre. Tiene un gran respeto por la opinión ajena. Después se descuelga despacito de la rama de un Ciprés y se encoge hasta quedar más diminuto que una polilla, y anda sigiloso por ahí, juntando anécdotas que cuenta en rondas con amigos bajo la luna llena. En esos días se viste de cazador y se asienta sobre el monte. Pispea las chozas de damas coquetas que aguardan tras nostálgicas noches de ausencia la llegada de sus hombres que buscan alimentos. Entre sueños las visita y las envuelve con su barba espesa. Entonces, las arrastra hacia el recuerdo grato de la selva húmeda y les refresca los pies de rocío por la mañana. Ellas le agradecen y le dejan ofrendas, pues saben que preserva su fertilidad.
Él, de vuelta, se encoge, se encoge y se hace diminuto, hasta quedar más pequeño que una hoja, y se adentra en el paisaje frondoso donde reposa plácidamente tras una noche de agitadas aventuras amorosas.
Mariana Valle
(Continuación)
Ahora descansa debajo de un hongo. Esos hongos de cabeza roja y blanca. Y él abajo, acostado con un pasto en la boca contempla el monte, la humedad de sus plantas y toda la naturaleza le habla. Ve que el sol palidece entonces, que sobreviene el eclipse, que vemos todo de un color tétrico, que nada se alcanza ante nosotros, que no hay futuro. Pero saca afuera su experiencia, porque él sabe que todo está bien, que él y la naturaleza son lo mismo y que el miedo ya no tiene lugar en su vida. Y el mundo es su cobija.
Martín Maurette
LA PEQUEÑA INVASIÓN
Estaba intentado escribir una historia, ¡una gran historia! Tenía la hoja en blanco y un dolor en la espalda.
La musa inspiradora dio dos golpecitos con la batuta para comenzar la sinfonía de la creación, y en ese momento, cuando la lapicera se aprestaba a llorar la primera palabra, en ese momento, cayó una pequeña araña, tan diminuta, que me pareció tierna y graciosa. Caminó por la hoja como una bailarina. Después de verla un minuto ladeé la hoja para invitarla a irse, pero ella colgaba del último renglón como una trapecista. Me cansé y la soplé…
Al volver a la hoja en su lugar quise volver a escribir, pero esta vez cayeron dos arañas, o mejor dicho arañitas. Eran del tamaño de un grano de arroz. Luego fueron tres, después seis. Y en cuestión de segundos la hoja estaba invadida por centenares de estas criaturitas que iban y venían por los renglones como notas musicales en un pentagrama.
Mire al techo y ahí descubrí que de un nido de araña habían eclosionado miles de estas patitas largas. Y entendí la señal: ellas habían invadido la hoja y no pensaban irse. Yo dejé la inspiración para más tarde; al fin y al cabo, la vida se ha manifestado una vez más.
Miguel Valle
LAS FLORES
En el campo tengo muchas flores que estoy plantando. Hay muchas rosas que me gustan, donde ellas hacen sombras. Me gustan todas las flores, más las rosas. ¡Están hermosas! También el clavel.
Ernesto Díaz
LOS HOMBRES
En los mosaicos tengo muchos hombres que me dejaron plantada y que a mis amigas arrancaron para usarlas como ofrendas para mustias mujeres a las que visitaban. Me observan y se quedan perplejos ante mi belleza. Y entonces me desenvuelvo ante ellos y les ofrezco mis cualidades en todo su esplendor. Y me siento halagada por sus miradas penetrantes; pero enseguida temo.
Observo que el ser de raíces liberadas atraviesa la huerta hasta llegar a mí y me acaricia el cuello. Y entonces me imagino ya desvanecida sobre el agua estancada. Y me siento vulnerable y culpable de mi exuberante figura. Entonces ¡Ernesto! – llama un ser semejante y éste libera mi cuello y se entretiene juntando frutillas; mientras me siento segura enraizada en mi rosedal.
Mariana Valle
Casi siempre sueña. Sueña para escapar de su tristeza instaurada en el centro de su pecho. Imagina besos que no se van y manos que la abrazan. Imagina cielos que la cobijan sin miedo. Sueña, sueña. Y ese sueño es reposo.
¿Y si uno soñara con una rosa y al despertar encontrara en su mano esa rosa? ¿Y si uno soñara con esa dicha y la dicha le golpeara el hombro en la mañana? Y en ese sueño y en esa confianza de la realidad se da una tregua. Y se acuesta a dormir.
Martín Maurette
Cuando los otros hablan sobre lo que él ya sabe, los deja hablar tranquilos y asiente siempre. Tiene un gran respeto por la opinión ajena. Después se descuelga despacito de la rama de un Ciprés y se encoge hasta quedar más diminuto que una polilla, y anda sigiloso por ahí, juntando anécdotas que cuenta en rondas con amigos bajo la luna llena. En esos días se viste de cazador y se asienta sobre el monte. Pispea las chozas de damas coquetas que aguardan tras nostálgicas noches de ausencia la llegada de sus hombres que buscan alimentos. Entre sueños las visita y las envuelve con su barba espesa. Entonces, las arrastra hacia el recuerdo grato de la selva húmeda y les refresca los pies de rocío por la mañana. Ellas le agradecen y le dejan ofrendas, pues saben que preserva su fertilidad.
Él, de vuelta, se encoge, se encoge y se hace diminuto, hasta quedar más pequeño que una hoja, y se adentra en el paisaje frondoso donde reposa plácidamente tras una noche de agitadas aventuras amorosas.
Mariana Valle
(Continuación)
Ahora descansa debajo de un hongo. Esos hongos de cabeza roja y blanca. Y él abajo, acostado con un pasto en la boca contempla el monte, la humedad de sus plantas y toda la naturaleza le habla. Ve que el sol palidece entonces, que sobreviene el eclipse, que vemos todo de un color tétrico, que nada se alcanza ante nosotros, que no hay futuro. Pero saca afuera su experiencia, porque él sabe que todo está bien, que él y la naturaleza son lo mismo y que el miedo ya no tiene lugar en su vida. Y el mundo es su cobija.
Martín Maurette
LA PEQUEÑA INVASIÓN
Estaba intentado escribir una historia, ¡una gran historia! Tenía la hoja en blanco y un dolor en la espalda.
La musa inspiradora dio dos golpecitos con la batuta para comenzar la sinfonía de la creación, y en ese momento, cuando la lapicera se aprestaba a llorar la primera palabra, en ese momento, cayó una pequeña araña, tan diminuta, que me pareció tierna y graciosa. Caminó por la hoja como una bailarina. Después de verla un minuto ladeé la hoja para invitarla a irse, pero ella colgaba del último renglón como una trapecista. Me cansé y la soplé…
Al volver a la hoja en su lugar quise volver a escribir, pero esta vez cayeron dos arañas, o mejor dicho arañitas. Eran del tamaño de un grano de arroz. Luego fueron tres, después seis. Y en cuestión de segundos la hoja estaba invadida por centenares de estas criaturitas que iban y venían por los renglones como notas musicales en un pentagrama.
Mire al techo y ahí descubrí que de un nido de araña habían eclosionado miles de estas patitas largas. Y entendí la señal: ellas habían invadido la hoja y no pensaban irse. Yo dejé la inspiración para más tarde; al fin y al cabo, la vida se ha manifestado una vez más.
Miguel Valle
LAS FLORES
En el campo tengo muchas flores que estoy plantando. Hay muchas rosas que me gustan, donde ellas hacen sombras. Me gustan todas las flores, más las rosas. ¡Están hermosas! También el clavel.
Ernesto Díaz
LOS HOMBRES
En los mosaicos tengo muchos hombres que me dejaron plantada y que a mis amigas arrancaron para usarlas como ofrendas para mustias mujeres a las que visitaban. Me observan y se quedan perplejos ante mi belleza. Y entonces me desenvuelvo ante ellos y les ofrezco mis cualidades en todo su esplendor. Y me siento halagada por sus miradas penetrantes; pero enseguida temo.
Observo que el ser de raíces liberadas atraviesa la huerta hasta llegar a mí y me acaricia el cuello. Y entonces me imagino ya desvanecida sobre el agua estancada. Y me siento vulnerable y culpable de mi exuberante figura. Entonces ¡Ernesto! – llama un ser semejante y éste libera mi cuello y se entretiene juntando frutillas; mientras me siento segura enraizada en mi rosedal.
Mariana Valle
RUIDOS EN LA CASA SILENCIOSA
Tic tac, tic tac, el reloj en la pared,
siempre viene, siempre va, no se quiere detener.
Clic clic, clic clic, mi papá con su café,
siempre tiene la nariz pegadita a la Internet.
Crac crac, crac crac, las tostadas huelen bien;
son las que hace mi mamá, cada uno come tres.
Chuic chuic, chuic chuic, el chupete del bebé,
no lo suelta ni al dormir; no lo pueden convencer.
Din don, din don, en la puerta no se quien
ha traído algún sermón, nadie quiere ir a atender.
Rin rin, rin rin, el teléfono de mier…
si es llamada para mí, díganle que no me ven.
Móf Móf, móf móf, el perrito pequinés,
quiere ir hacia el jardín, porque acaba de comer.
Shit shit, shit shit, los chistidos para él,
porque traje un gato aquí y no tienen que saber.
Miguel Valle
EL UMBRAL DE LAS DIOSAS
Una hoja vaga por el viento,
una hoja viene y va,
si su carne cruje en el silencio
nadie la escuchará.
Nervaduras que ha quemado el tiempo,
ya no quieren respirar
y su cuerpo gira en el cemento
no la vayas a pisar.
Hoja, suerte roja
de tu árbol caíste al umbral
de las diosas poderosas
que dan su luz.
Miguel Valle
UNA HOJA QUE VAGA POR EL TIEMPO
Una hoja que vaga por el tiempo,
perteneció a nosotros dos.
Fue testigo de aquél beso,
fue cómplice de nuestro amor.
Ella estaba cuando estábamos
abajo del árbol aquél,
en que sellamos el pacto,
y en que nos quisimos tanto.
Pero en otoño se murió el tú y yo,
y del árbol la hoja calló
y desapareció
la testigo y cómplice
de nuestro amor.
Eugenia Trinidad Tale