miércoles, 23 de marzo de 2011



EL OSCURO PARAÍSO

¡Debo llegar a la despensa! Es todo lo que sé. Mis hermanas más grandes han seguido esta tradición desde tiempos inmemoriables… ¿o se dice inmemoriales? Bah! ¡Qué importa eso! Lo único que se es que debo llegar a la despensa.
El nuevo intruso de la casa es tan esquemático que es muy fácil saber cuánto tarda en ir desde su dormitorio hasta la cocina. Y es que saber los tiempos del enemigo es fundamental para mi especie.
Cuando era niña me decían que cada vez que viera la luz, buscara la oscuridad rápidamente. Por eso amo la oscuridad, porque salvó mi vida tantas veces.
También ahora desde este cajón oscuro miro la puerta de la despensa. Allí sin duda, las mejores cosas están dentro de la heladera. (esa fría caja fuerte a la que es imposible entrar)
Cuenta la leyenda que la más vieja de mis ancestros conocía un camino. Era bastante arriesgado pero ella había tenido muchas hazañas en su vida. Prueba de ello era que le faltaba la patita de atrás. Ella contaba a las más pequeñas que allí dentro era un rascacielo de manjares: torres de mantequilla, lagos de gelatina, montañas de tomates y todo envuelto en la más hermosa oscuridad. Más un día, ella se fue a ese oscuro paraíso y no volvió más. Las malas lenguas dicen que la vieron salir embalsamada dentro de un bloque de gelatina. La verdad yo no creo que haya terminado así. Se supone que somos indeseables, pero no tontas.
Bueno, el intruso ya se ha encerrado en su habitación. El área está despejada. Salgo del cajón de las cucharas y corro hacia la despensa; aunque la puerta está cerrada, yo entro fácilmente por debajo. Hoy creo que pasearé por el paquete de galletas que el gato de la casa tuvo la amabilidad de arañar.
Entre Bocas de dama y Pepitas degusto estas dulzuras. Y el súbito ruido del motor de la heladera despierta mis fantasías digestivas más profundas. ¡Debo encontrar ese bendito camino interior de la heladera!
Cuando era niña me advirtieron que jamás tratara de entrar, pues toda aquella que lo intentaba no volvía a salir. Pero soy una joven ahora y la juventud es la mejor excusa para hacer necedades.
Llegué hasta el motor. ¡Vibra mucho aquí! Subo por el cable, hay un orifico al final, estoy segura de poder pasarlo.
¡Por las sagradas antenas de mi abuela! Esto no puede ser tan fácil. Estoy en la parte intermedia. Entre el lugar de los manjares y el mundo exterior. Me voy a dejar hacer al vacío, algo me detendrá, ¡estoy segura! Entonces, habré encontrado la entrada al oscuro paraíso. Yupiiiiiiiiii!!!
Y salto, pero es tan corto el descenso… ¿Qué es lo que pasa? Algo se enreda en mis patas. No puedo pararme y algo se enreda a mi cuerpo. Pero: ¿qué rayos es esto? Mientras más lucho más me enredo.
Aaaah! Se escucha un grito aterrador. Es el intruso. Tuvo otra pesadilla. Siento sus pasos. Entra a la despensa y abre la heladera. Tomará un vaso de leche, supongo.
Ahora que la luz está encendida, del otro lado me puedo ver envuelta en unos hilos pegajosos. Al lado mio descubro la carcaza de una hermana bastante vieja, a la que la falta la patita de atrás. Y en el centro mismo de esta red mortal, una bestia peluda con ocho ojos me mira complacida y eso no me gusta porque viene hacia mí.
El intruso cierra la heladera y la luz se desvanece. ¡Maldición, ahora me doy cuenta de cuánto odio la oscuridad!
Miguel Valle

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