domingo, 9 de mayo de 2010

Escribiendo cuentos infantiles...

29/04/10
  
Lo que no tuve
Un trompo que nunca tuve,
un valero que tampoco tuve,
una bicicleta que tampoco tuve,
 y bolitas que tampoco tuve.
Por eso quisiera ser niño de nuevo
pero ya pasó la niñez tan rápido
que no me di cuenta cuando pasó.
   Ignacio Guerra
29/04/10


Juancito
-    ¿Juancito por qué no querés ir a la escuela?
-    Estoy enfermo mamá, me duele la panza.
-    Me parece que me estás mintiendo, Juancito.
-    No mamá, es cierto, me duele mucho.
Entonces la mamá llorando le dijo a Juancito:
- No te preocupes que llamo al médico. Pensaba que estabas mintiendo para no ir a la escuela. Pensé que querías quedarte a jugar a la pelota con los amiguitos tuyos.
                                Ricardo
29/04/10


El perrito y los espejos
Érase una vez un perrito cachorro solo y asustado, corriendo en la tormenta, en un campo, corría y corría sin encontrar refugio. De pronto, vio una casa e ingresó en ella. Subió rápido los escalones y notó una puerta entornada y con algo de luz. Se asomó con mucho cuidado y asustado. De pronto vio 1.000 perritos como él que lo miraban totalmente paralizados, y se relajó, sonrió y movió su cola. Y los mil hicieron lo mismo. Se sintió bien, protegido. Y entonces pudo descansar de la tormenta.
A la mañana siguiente se levantó y se despidió de los mil y los mil de él. Al irse de la casa vio un letrero que no entendió ya que el perrito no sabía leer, que decía: “la casa de los mil espejos”. Sin darle importancia al cartel, hizo su mejor ladrido y se fue disfrutando del sol y agradecido por haber pasado allí la tormenta.
                                Ángel
29/04/10

Los fideos

Mario era un niño muy caprichoso, era contestador y porfiado. Su madre le hacía sopa todos los días. Pero él no la tomaba, aunque un día la sopa era de arroz, otro día de cabello de ángel, o de ojito de perdiz, o de letras. Él no la tomaba, y así quedaba en el plato.
Un día, en el mueble que guardaban la mercadería: arroz, polenta, fideos, azúcar, yerba. etc., empezaron a hablar los productos entre ellos.
El arroz decía:. - Ya estoy cansado de que nos saquen de a poco y nos hiervan para nada.
El fideo cabello de ángel contestó: - Tenés razón, yo pienso lo mismo.
Los fideos de letras dijeron: - Sí, pero ¿qué podemos hacer? Nos sacrificamos para que ese mocoso nos desprecie.
Entonces el arroz dijo: - Tenemos que darle una lección.
-    Sí, pero ¿cómo hacerlo?- dijeron los demás.
-    Tengo una idea- dijo el arroz.
-    ¿Cuál?- preguntaron
-    Cuando la mamá le sirva la sopa, le hablaremos al niño.
-    ¡Pero ¿cómo?! la mamá se va a enterar.
-    ¡No! confíen en mí.
-    ¿Y qué le diremos?
-    Ya veremos. Hoy vamos a probar, al que le toque lo saluda, mañana lo veremos.
En eso vino la mamá y eligió los moñitos para la sopa. Usó lo necesario y lo demás lo volvió a guardar. La pregunta que se hacían era: ¿qué pasará ahí fuera; se animarán los moñitos a hablar?
Mientras que en la mesa ya estaban sentados el papá, la mamá, y por supuesto Mario. La mamá sirvió la sopa. El papá empezó a tomarla, al igual que la mamá. Pero el niño no, sólo miraba el plato como con asco. En ese momento notó  que la sopa se empezó a mover en el plato, sin que nadie la tocara. Mario abrió los ojos muy grandes al ver eso, pero ahí no terminaba la cosa. Vio cómo los moñitos se asomaban fuera del líquido y lo saludaban:
- Hola gordito, ¿cómo estás?, si no tomas la sopa, no sabes lo que te pierdes
El niño no podía creer lo que veía y escuchaba. Miró a sus padres. Estos seguían comiendo sin notar nada. Entonces comprendió que solo él escuchaba eso y pensó que eran ideas y no tomó la sopa.
Al otro día le tocó al arroz, y en el momento en que miraba el plato, los arroces se asomaron a la superficie del plato y le dijeron:
-    Mirá mocoso, vos ¿qué te pensás? ¿que nosotros nos sacrificamos para que vos nos desprecies?, no te lo vamos a permitir.
Mario no sabía qué hacer, estaba asustado, y los arroces siguieron:
-    O te tomás la sopa todos los días o no te dejaremos comer mas nada, ni dormir, ni jugar.
¡Por Dios! ¡Qué susto se agarró Mario! Desde ese día empezó a tomar la sopa y nunca dijo nada de lo que había visto y oído. Nunca más quedó la sopa en el plato.
                                Carlos Salguero
29/04/10

Los chicos y la bicicleta
Los chicos lloraban porque no tenían bicicleta. Cuando el padre cobró les compró una bicicleta y empezaron a andar en ella. Y cuando se descuidaron, se la robaron y los chicos lloraban…
                                    Ernesto

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