lunes, 10 de enero de 2011

Cartones

Se arropó con el cartón y espero a que la calle dejara de llorar autos y borrachos. No podía pensar en muchas cosas con la panza llena de aire, y más que el hambre, le molestaba no poder imaginar nada que lo hiciera dormir. La noche anterior había conseguido una imagen chiquita pero con miles de hilos que fue atando hasta lograr un ante-sueño. Era un marinero en un barco viejo pero firme y confortable, el mar era tranquilo y negro, se movía suave dejando que el pesquero trepara por unas olas gruesas sin sacudirse demasiado. En el interior, había marineros con sonrisas anchas y de pocos dientes que disfrutaban de un aceptable y caliente pescado frito. Desgraciadamente esta noche, nada se cruzaba por su mente, contaba las luces encendidas de los edificios, aburriéndose siempre antes de llegar a cien. También intento armar palabras con los nombres de los carteles, pero las marcas y anuncios eran bastante escuetos en esa calle para este juego, el más prolífico fue uno que rezaba “Vino Valentino, un compañero de verdad”. Tantas V le permitieron jugar un rato bastante largo, sin embargo el sueño esquivo seguía lejos, ocupado en acunar a otros con mejor suerte.
Doblo el cartón y salió a dar una vuelta, caminando por el cordón de la vereda en busca de puchos que lo ayudarán a pasar el tiempo. De paso podía llenar la panza, aunque sea con humo.
Cuando junto un buen puñado se sentó a desarmarlos y reunir a suficiente mezcla de tabacos como para armar un cigarro completo. Lo fumo despacio, dejando que se quemará parejo sin hacer esa braza con forma de punta de lápiz que tienen los cigarrillos de los giles. La del suyo, era cuadrada y cortita, como un foco de tablero eléctrico.
En noches como estas volvía a un viejo vicio que no le hacía nada bien, recordar un pasado deforme que ya no tenía sentido recorrer. Se tiro para atrás apoyándose en la pared azulejada de la estación del subte, mirando como el humo bailaba hasta el cielo de luces que miraban como ojos amarillos desde los techos de la estación. Se dejó llevar a lo más antiguo de su mente.
Primero su nariz se lleno de un olor a tierra mojada con una mezcla suave de pasto arrancado por los animales, con un perfume fuerte de sudor humano y melones maduros que viajaban a los golpes en un carro de madera pronto a desarmarse. Sus manos recordaron un viejo tacto a una piel de un cuerpo antes conocido y querido, en su boca estallaron sabores lejanos para su boca presente, que ya no se preocupaba de esas cosas, estos sabores dibujaban en su mente un vientre moreno y una flor de sexo deliciosa.
Un sacudón del hambre lo tiró de boca sobre su realidad solísima y sucia. Se acomodó lo mejor que pudo y dejó que la mente andara una vez más la huella del pasado. La recordó por completo, con su cuerpo largo y su pelo enrulado. Le encontró un lugar apropiado en donde pudiera estar esa misma noche. Un departamento aceptable y una cama que pocas veces las había visto gozar de verdad. La pensó a medio dormir, vuelta hacia un lado mirando la alfombra donde se derramaban las luces de la noche que se moría lentamente. Con ganas de tocarla, la observo levantarse y caminar hasta el espejo, pudo contemplar la tristeza de sus ojos mientras se recorría angustiada sus caderas y pechos finos que ya no se resistían a llorar como niños, clamando por unas manos que realmente se tomaran el tiempo necesario para disfrutarlos. La vio llorar desde adentro en frente del espejo, mientras en la cama unos ronquidos la hacían sentir fea, aburrida y desesperadamente sola.
Finalmente sintió que el sueño llegaba como una inundación a su cabeza, tapándolo todo, dejando solo la imagen de aquella muchacha triste, secándose en frente del espejo.
Antes de cerrar los ojos pensó: “Tarde o temprano, sutil o brutalmente. La vida termina jodiéndonos”

De "El Hacedor" en www.tuloescribes.com

No hay comentarios: